El agujero es enorme, pareciera haber sido originado por el golpe de una enorme roca que repentinamente ha caído y ha perforado el suelo. Aunque es bastante probable que el golpe no haya sido del todo repentino y que aquel gran orificio haya tomado bastante tiempo en formarse. De cualquier manera la figura es la misma: en el hoyo aparece, ridiculizada y abrumada, una figura humana cubierta por la sombra de un ser mucho mayor tanto en tamaño como en fuerza.
A modo de interpretación es posible decir que la figura menor intenta escapar de aquel vacío, como si de ello dependiera todo el resto de su misión; por otro lado, la figura mayor, con una maquiavélica sonrisa que maquilla su expresión, jala de la cadena que tiene atada a sus pies el hombrecillo impidiendo que sea tan siquiera capaz de ver más allá de los límites que circundan el agujero. La imagen se completa con la burlesca carcajada del gigante y con el patético lamento de aquel ínfimo ser que lucha inclaudicablemente por salir, pero que es retenido constantemente por este maligno ser exterior que sabotea cada movimiento de libertad emprendido por el esclavo.
Claro, lo que este remedo de hombre desconoce es que todo aquello es parte de un psicopático plan creado por su subconsciente para dar rienda suelta a los traumas que le acompañan desde su infancia. Pues aquel ser exterior no es nadie más que el reflejo de él mismo intentando boicotear cada gesto de diferenciación que lo aleje lo más posible del generador de su sangre. Impedirlo genera una placentera sensación de masoquista satisfacción; despierta cada fibra de rencor y cada recuerdo de decepción, ahogando la respiración de la tranquilidad y sofocando la más mínima expresión de entereza en pro del mantenimiento de tan tóxica manía que sostiene la cadena que mantiene vivo su pie.
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