"El trabajo del maestro no consiste tanto en
enseñar todo lo aprendible, como en producir en el
alumno amor y estima por el conocimiento".
John Locke (1632-1704)
¿Por qué somos una sociedad que prefiere ver los matinales, los programas de farándula, las noticias y a las mujercitas que bailan semidesnudas durante toda la programación, al son del ritmo de moda, antes que leer un libro?
Podría escribir una cantidad considerable de páginas sobre cómo los medios masivos de comunicación, mantienen y fomentan el letargo y la ignorancia en la sociedad; sobre los aspectos socioeconómicos que se relacionan directamente con el nivel cultural de las personas; analizar, revisar y comparar el nivel sociocultural de los países desarrollados y sus políticas de fomento de la lectura; enumerar mil y un beneficios que proporciona el acto de leer; e inclusive esgrimir una compleja teoría de conspiración, con respecto a cómo las oligarquías imperantes, manejan los medios y manipulan la información con el fin de mantener a la sociedad sumida en la ignorancia y la entretención. Y sin embargo, no serviría de nada.
Existen diversos estudios que se han centrado en dichas problemáticas. Éstos estudios han evidenciado las falencias y los vicios del sistema, además de proponer soluciones concretas hacia el problema en cuestión; pero aparentemente, todas estas investigaciones, artículos y ensayos, no han tenido mayor trascendencia a nivel social; pues la gente no lee, y menos va a leer investigaciones científicas o estudios sociológicos en base a encuestas, que por lo demás, nunca nos darán un panorama real de lo que sucede en la sociedad. Esto resulta desolador, puesto que es un circulo vicioso, en donde, hay muchos que escriben e investigan sobre cómo mejorar aspectos fundamentales para el bienestar de la sociedad, y siguen siendo los mismos académicos o estudiantes universitarios, quienes leen estas recomendaciones; mientras que el resto de la gente, aquella que es la que aparece en estas encuestas, y son el objeto de estudio, sigue preocupada de asuntos como la farándula, el pánico de vivir en delincuencia, el calentamiento global, las enfermedades pandémicas y el apocalipsis. A pesar de todo el esfuerzo, estamos donde siempre hemos estado: en la pasividad y comodidad de no leer y no pensar libremente.
A pesar de que este ensayo no va a trascender en la vida de los ciudadanos, me parece de suma urgencia abordar el tema de la lectura desde otra perspectiva, dejando de lado al monstruo de los medios masivos, el fantasma de la pobreza y a la utopía del país desarrollado; para centrarme exclusivamente en nuestra educación, tanto institucional como familiar.
Siempre he renegado la teoría conductista de Pavlov y Skinner, y me cuesta aceptar la concepción de ser humano como mera máquina biopsicosocial. Sin embargo para efectos de este ensayo, resultará muy ilustrativo acudir a estos dos personajes de la Psicología Conductista.
En términos generales, el conductismo plantea la idea de que el ser humano es una máquina que responde a estímulos positivos y negativos, y que todas sus acciones estarán asociadas o condicionadas a dichos estímulos; algo así como causa y efecto.
Pensemos por ejemplo en un niño que por curiosidad se mete a la boca un ají cacho e’ cabra, es sumamente difícil que el picor del ají sea de su agrado, lo más probable entonces, es que el niño llore y busque un vaso de agua para apagar el incendio en su paladar. El niño sabrá entonces (por medio del estimulo negativo) que el ají pica, y las probabilidades que vuelva a llevarse un ají a la boca son remotas. Ahora pensemos en el mismo niño, esta vez no come ají, si no que llega a su hogar con una excelente calificación en el examen de castellano y la mamá lo premia con un delicioso chocolate. El niño sabrá que al sacar buenas calificaciones, su madre se pone feliz y lo premiará con un chocolate (estimulo positivo), por lo tanto el niño se esforzará por obtener muy buenas calificaciones y así ser recompensado (Según los teóricos de la escuela conductista).
Pues bien, resulta que actualmente los libros son al ají como la televisión es al chocolate, y todo gracias a la educación, me explico. El sistema educacional de hoy en día es igual de tradicionalista (guardando ciertas proporciones) que el de hace algunos siglos atrás; vale decir, su esencia sigue siendo la misma. En nuestro sistema educacional, prima la disciplina, las normas y el trato vertical de profesor a estudiante, por sobre la libertad de pensamiento crítico y la capacidad de elección del estudiantado. La génesis del rechazo a los libros ocurre en las aulas de los colegios. Resulta paradójico; pero quién va desarrollar el placer por la lectura, si la metodología que se utiliza en las salas de clase a la hora de enseñar a escribir, es hacer cientos y cientos de copias de cuentos infantiles, con el único fin de transcribirlos a un cuaderno de composición. Tarea que a la larga se vuelve tediosa y produce un rechazo, bastante entendible por lo demás, hacia las letras en general. Es por medio de estas prácticas mecanicistas, como se mata de a poco el placer por la lectura.
Luego de un par de años de hacer copias de manera sistematizada, el estudiante aprende, de manera mecánica y automática, a escribir. Después, en enseñanza media, los alumnos son sometidos a “controles de lectura”, exámenes que miden el nivel de comprensión de lectura del estudiante. Estos controles se hacen en función de la lectura, también obligada, de un libro. Entonces tenemos nuevamente, la misma metodología unidireccional, disciplinaria y represora, en donde les imponen a los estudiantes qué, cómo, dónde y cuándo leer, privándolos nuevamente de la oportunidad de escoger y pensar por sí mismos.
Pero a pesar de que existe una responsabilidad, especialmente de parte de los profesores y de los docentes universitarios que enseñan pedagogía, no hay que culpar del todo a los maestros, puesto que el Ministerio de educación, es el que dispone lo que se debe y no se debe leer en los colegios. De cualquier manera, estos libros no responden a los intereses de los jóvenes, responden al interés de la tradición y del gobierno. Por lo tanto ahí van de nuevo; matando el placer de leer por leer, contribuyendo con la transformación del libro, en un objeto aversivo.
¿No sería adecuado hacer un programa de lectura que se adecue a los intereses individuales de cada uno de los estudiantes, antes de imponerles una lectura obligada?
Lamentablemente el sistema de educación imperante y la formación profesional de los pedagogos, están fuertemente influenciadas por una praxis tradicionalista, la cual propone un modelo vertical en donde el profesor está situado por sobre el alumno, como una figura de autoridad absoluta e incuestionable. Esta figura de autoridad, lo único que consigue, además de truncar por completo la capacidad de pensamiento crítico y reflexivo de los estudiantes, es justificar una metodología de enseñanza unidireccional que no da cabida a las dudas o reclamos por parte del estudiantado. De acuerdo a ésta concepción de la pedagogía, el profesor está en la sala para enseñar sus conocimientos a modo de verdad absoluta. Desde mi punto de vista, es bastante presuntuosa la idea de enseñar conocimientos. Sería mucho más loable, que la praxis de un docente, se basara en el acto de ayudar a aprender. Más allá de la sutileza que puede implicar la palabra “enseñar” versus la frase “ayudar a aprender”, creo que las consecuencias de las mismas distan bastante a la hora de la práctica. Ayudar a aprender, significa proporcionar herramientas para que el alumno descubra el mundo por sí mismo, mientras que enseñar, denota explícitamente una asimetría con respecto a la relación profesor/alumno, en donde lo que se aprende es lo que el profesor decide que se debe aprender.
¿Qué tan difícil sería cambiar el modelo de enseñanza?
Existen estudios basados en la teoría de la inteligencia emocional, que afirman que la eficiencia de un profesor y el rendimiento de sus estudiantes, va más allá de sus capacidades intelectuales; y que más bien su desempeño profesional, se relaciona directamente con la empatía, el respeto y el no subestimar a sus alumnos.
No hace falta estudiar psicología, ni mucho menos pedirle a los docentes que se especialicen en inteligencia emocional, basta tan sólo con que utilicen los recursos inherentes en cada uno de los seres humanos, primordialmente el respeto por el prójimo. Si en las aulas tuviésemos más profesores que ayudasen a aprender, de seguro que el índice de lectores se dispararía considerablemente, o por lo menos, habría más seres humanos, realmente conscientes, de su capacidad de pensamiento libre.
Por otro lado tenemos la educación parental; es aquí donde quiero hacer hincapié en los castigos que reciben los estudiantes por parte de sus padres; basta con recordar (Por lo menos en mi generación) los gritos de nuestros padres cuando nos propinaban un castigo: “Si no terminas tú tarea no sales a jugar” “Te quedas una semana sin televisión” “No vas a usar el computador”; todo por no haber hecho las tareas y por no haber leído el libro que nos fue impuesto por el Ministerio de educación. Nos privan de la televisión y nos mandan a leer.
En términos conductistas la televisión sería un reforzador positivo y el castigo se basaría en privarnos de aquél refuerzo positivo, para que modifiquemos nuestra conducta, vale decir, nos quitan el chocolate para que comamos el ají. El problema está en que, tanto en la escuela como en nuestra casa, se contribuye a transformar el libro, o más bien el acto de leer por placer, en un ají cuyo picor es detestado por los estudiantes.
Pero los padres actúan de buena fe y sin el afán de provocar una aversión hacia los libros. ¿Qué más quisieran los padres, si no, que sus hijos fuesen abnegados estudiantes y fervientes lectores? Sin embargo ellos están igual, o quizás más condicionados que sus hijos.
Los padres están llenos de prejuicios y rígidas costumbres sociales, con respecto a cómo se debe enseñar a un hijo. Esto debido al sistema de competencias que llegó de manera avasalladora, para aniquilar toda la humanidad de la educación tanto parental como institucional. Los padres desean siempre que sus hijos sean más que ellos, pero en términos de poder adquisitivo; más de alguna vez hemos escuchado a nuestros padres decir “Tienes que estudiar para poder ser alguien en la vida”. ¿Es que acaso nacemos siendo nadie en la vida? Al parecer sí, nuestra identidad queda relegada a segundo plano desde nuestro ingreso a la educación formal, y somos entrenados para ser, ni siquiera alguien en la vida, si no que algo: un profesional con poder adquisitivo. Es este afán por conseguir que los niños adquieran competencias que les permitan desenvolverse exitosamente en la vida, el cual produce un sesgo en los padres. Por lo tanto, entre más dudas y más inquieto sea un niño, peor para él, puesto que está fuera del sistema de competencias, y lamentablemente está sentenciado a obedecer el inflexible modus operandi de la tradición educacional. El resultado: un niño enclaustrado y reprimido por sus padres y profesores, sin derecho a descubrir el mundo por sí mismo, sin el derecho a responder sus dudas y expresar sus inquietudes, un niño sin derecho a escoger libremente y un niño que aborrecerá los libros.
Por otro lado, la televisión y el computador, se han transformado en los nuevos niñeros del siglo XX. Los padres llegan exhaustos del trabajo y quieren descansar. Entonces es comprensible(?) que quieran acostarse, ver televisión o hacer cualquier otra cosa, menos leernos un libro cuando somos pequeños, o comentar los libros que nos obligan a leer cuando estamos estudiando en el colegio. Y es que resulta mucho más cómodo y fácil, dejar al niño frente al televisor o la computadora, para así poder descansar un rato. El resultado: El placer por la lectura queda absolutamente muerto (pero siempre con posibilidades de resucitar).Otro problema que también tiene que ver con la educación, son los estereotipos que nos heredaron los medios de comunicación y la cultura. Una de las principales razones por las cuales los estudiantes desertan de la lectura, y que por lo demás, es la misma razón por la cual no los tenemos en sus ratos libres, resolviendo ecuaciones de segundo grado, es porque leer es mal visto entre los sectores juveniles. Existe el estereotipo del alumno aplicado, el estudiante que lee lo que le place leer y que lamentablemente está erróneamente relacionado con una persona aburrida y de pocas aptitudes sociales. El estudiante que hace de la lectura o de la actividad académica un placer, está condenado a sufrir, injustamente, la presión de sus compañeros durante todo el año escolar. Es normal que en las aulas de los colegios, se tilde de “mateo” o “perno” al estudiante con buenas calificaciones y lamentablemente también es normal, que sea víctima de burlas por parte del resto de los alumnos. En nuestra sociedad existe, todavía, ese miedo inmanente, con respecto al qué dirán y a si encajamos o no con nuestros pares. Aludiendo, nuevamente a la escuela conductista, esto sería otra especie de estimulo negativo: Si te gusta leer, eres aburrido y no serás aceptado, por lo tanto debes dejar de comer ají y probar el chocolate televisivo.
Es bastante desalentador ver como en los recreos, tanto universitarios como escolares, está muy bien, hablar de lo que pasó en el “Reality Show” o de lo atractivo que está tal o cual presentador de algún programa juvenil, sin embargo está absolutamente fuera de lugar comentar una novela, un poema, o una obra de teatro. Lo más terrible es que hemos aceptado ese status de comodidad y ya estamos condicionados a amar la televisión y a rechazar la lectura.
Sin ir más lejos, y permitiéndome una licencia, me gustaría relatar una experiencia bastante aterradora, que tuvo lugar en una clase en la universidad, y que lamentablemente reafirma el condicionamiento, el letargo y el gusto por la comodidad en la que nos encontramos sumidos. La clase lleva por nombre “Taller de redacción” y tiene estudiantes de las carreras de Literatura, Periodismo y Publicidad: Luego de discutir distintos tópicos sobre la lectura, los libros, las nuevas tecnologías y los medios masivos de comunicación, algunos compañeros de la carrera de Periodismo, comenzaron a despotricar deliberadamente contra la exigencia del ramo: “No es posible que se nos haga leer y escribir tanto, mientras que en las otras secciones (del mismo ramo, con otros profesores) les están enseñando el uso del punto y coma”, luego de una discusión en la que permanecí estupefacto y totalmente en silencio, vino la frase reveladora, o más bien devastadora: “Es que no queremos pensar tanto, sería bueno que nos enseñaran ortografía primero”; fue en ese instante donde todo sonaba como un corral lleno de ovejas comiendo chocolate. Me sentí aterrado: estudiantes de periodismo, los cuales en un futuro no muy lejano van a estar trabajando en los medios masivos de comunicación, marcando la pauta de toda una sociedad, estaban ahí, implorando por una enseñanza mediocre, privándose el derecho a pensar por sí mismos.
Fue una de las cosas más terroríficas de mi vida. Sin embargo ellos no tienen la culpa, ellos están en todo el derecho de pensar así, puesto que es la norma y así es como fueron educados. Estamos en una sociedad, como dije anteriormente, en donde los sistemas educacionales se basan en la autoridad, disciplina, tradicionalismo, competitividad y comodidad, en donde el conocimiento equivale a un número, y si el número viene en color azul mejor aún; por lo tanto ellos apelan a la nota, la exigencia de los otros profesores no es tan elevada y sus compañeros van a obtener calificaciones más altas. ¿Pero a costo de qué? El costo es seguir caminando junto al rebaño, y eso es lo peor que puede pasarle a un ser humano.
¿La gente es realmente conscientes de que los matinales, la publicidad, los noticiarios y las mujeres semidesnudas que bailan: en horario apto para toda la familia; y en horario prime; y en horario de almuerzo; y en realidad durante todo horario, están ahí para entretener y no para mostrarnos la realidad? ¿Serán conscientes de que los libros brindan la oportunidad de ampliar el pensamiento?
No lo saben, y si lo saben prefieren el dulzor del chocolate, antes que la picardía del ají.
Pero no es culpa de nadie, es más bien responsabilidad, de todos; del gobierno de turno, de nuestras familias, de la sociedad, de los medios de comunicación y de la educación.
Pero no es culpa de nadie, es más bien responsabilidad, de todos; del gobierno de turno, de nuestras familias, de la sociedad, de los medios de comunicación y de la educación.
Es bastante difícil pensar en un mundo lleno de lectores, sin embargo sí es posible pensar en un mundo, en donde podamos escoger libremente lo que se nos plazca, sin condicionamientos pavlovianos, sin represiones de pensamiento, sin programas de lectura obligatoria. Debemos dejar de lado la comodidad: armarnos de valor y comenzar a tomar nuestras propias decisiones. Lo ideal sería cambiar la política del ministerio de educación, levantar el impuesto a los libros, incluir programas culturales en la televisión; sin embargo esas son las consecuencias de una sociedad activa y consciente. Ahora sólo nos queda trabajar en pro de la libertad de pensamiento y expresión, cada uno desde donde pueda y tal vez, las generaciones venideras puedan transformar el ají en chocolate.




1 comentario:
¿No sería adecuado hacer un programa de lectura que se adecue a los intereses individuales de cada uno de los estudiantes, antes de imponerles una lectura obligada?
Eso es lo que siempre he encontrado ideal, que deje de ser "el control obligatorio"; si lo que importa es la nota, por qué no se plantea al revés?, onda quien presente algo sobre "lectura a libre elección" tendrá mejor calificación?. No creo que ese sea el punto central, mas si con sutiles cambios se puede ir construyendo un "aji con sabor a chocolate". Iba a criticar que la responsabilidad es de todos quienes nombraste (familia, colegio, universidad, gobierno) pero también es responsabilidad de si mismo. Llega un momento en que se puede elegir, incluso los sabores por la lectura; pero finalmente lo nombraste, asi que no hay critica al respecto (tenía que decirlo, porque me iba aquedar dando vuelta la idea)
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