Cálida

"El arca avanza certera, el camino desciende chueco,
el alba espera cansada, un centinela priva del canto a las vertientes de hilo negro que matizan tu cuerpo.
Enderezan la virtud de tu mano, eterna guarida del engaño,
actuar errante, conciencia falsa, humillante acariciar de cometas que emergen del cielo quejumbroso.

El tejado rechina tristeza, el sembrado realza tu presencia,
el hombre se desnuda y se inquieta, la luz ilumina tu silueta.
Y yo al fondo extermino toda esencia de mi propia maldita, ultrajada y eterna inocencia.

Al calor de la usanza se rinden los colores, actores desconocidos de una obra jamás presentadas, inocuos dolores de teatros de irreverente exlusión que dominan el monte de lo que hoy ustedes llaman corazón.

Pero, ¿qué mierda es eso de lo cual hablan tan certeramente?
No lo he visto ni lo encuentro, no lo visto ni lo entiendo.
Se mezcla con la virtud de un campo virgen pronto a ser violado por la hoja triste de un obrero alborotado.

Alborotado por la presencia imbécil de los cuerpos cuestionantes, perilla de puertas concretas, de sueños no soñados, se alborotan frente a esa puerta, inertes de pasión, intentan tumbarla a golpes cuando no saben que no obedece a tal razón.

Sucumben ante la mirada fija de un pórtico estrecho, que otorga vida, sanidad y un complejo. El enfermo se acerca y le habla; la puerta cede ante el bálsamo de sus bisagras y se enriela en un tren de pisadas ardientes y de gélidas llamaradas.

La puerta se abre, el terreno se compensa."